Los jefes o cabezas de equipo que asumirán un nivel importante de responsabilidad, y que también acogerán bajo su cargo a un cierto número de personas, han de tener, además de las competencias requeridas para sus funciones en cuestión, ciertos dotes de líder para poder abanderar al equipo del cual es cabeza visible.
El buen líder, como punto de partida, tiene que destacar por poseer estas capacidades:
Técnica: se refiere a las aptitudes, cualidades o formación específica que requiere el mando para asumir las funciones de ejecución y también de representación de su puesto.
Un jefe de departamento debe de tener una visión global de todas y cada una de las funciones y tareas que se llevan a cabo en su equipo, sin ignorar ninguna; tiene que ser observador, guía y corrector de todos y cada uno de los trabajadores a su cargo, y ha de estar preparado para afrontar y solventar imprevistos, problemas, y aportar soluciones de una forma ágil y resolutiva, ya que conoce a la perfección la labor que se está desarrollando bajo su ala.
Humana: para dirigir, coordinar, motivar y llevar al equipo hacia el proyecto común. El directivo o jefe de empresa o departamento requiere crear unión entre los trabajadores a su cargo, en torno a un objetivo común.
Para llevar esto a efecto necesita saber cómo motivar, organizar, guiar, incentivar al equipo, pero también empatizar con cada uno de los implicados en el proyecto, y saber detectar tanto las señales de efectiva implicación y participación como las de desestabilización y posible conflicto dentro de un departamento.
Intelectual: hace referencia tanto al intelecto como a la inteligencia emocional, y es esa habilidad potentísima capaz de aunar claridad de ideas con agilidad mental, iniciativa con innovación, habilidad resolutiva con eficacia, y talento directivo con trabajo en equipo.
Persuasión, carisma y magnetismo: son rasgos de personalidad innatos que diferencian al líder y le hacen ver como un ser carismático, digno de admiración siempre por su buen hacer, y con capacidad de persuasión desde la objetividad, el realismo y el optimismo.
Daniel Goleman distingue seis tipos esenciales de liderazgo, que se dividen en dos bloques diferenciados: líderes autoritarios y líderes conciliadores.
Líderes autoritarios
Coercitivo: es el clásico dictatorial de ‘ordeno y mando’, que requiere obediencia inmediata y sumisión por parte de sus subordinados. Lidera desde el miedo.
Imitativo: es el que mantiene a los subordinados a su sombra y, cuando falta, éstos sienten que han perdido el rumbo. No es tan autoritario como el líder coercitivo, pero su eje de actuación es muy similar, ya que su desempeño debe ser imitado a ‘pies juntillas’ y no admite réplica a la ejecución de sus funciones, y mucho menos nuevas ideas e innovación. No es un líder abierto ni integrador de equipos, y lidera desde la exigencia.
Líderes conciliadores
Participativo: es más paternalista y un buen modelo, porque se integra a sí mismo en el equipo y también a sus miembros en el proyecto común, en igualdad de condiciones. Fomenta la participación, acepta propuestas, está abierto a nuevas ideas, sabe escuchar, delegar y motivar, y empatiza con su equipo.
Lidera desde la motivación.
Orientativo o transformacional: es el guía que enfoca y moviliza a su equipo en pos de una misión determinada. Es carismático, idealista y visionario; sabe cómo estimular, integrar y focalizar a sus subordinados en esa particular visión de futuro para la empresa, en ese objetivo común hacia desarrollar, crecer y avanzar. Lidera desde la ilusión.
Afiliativo: es el que prioriza las personas frente al trabajo o la estructura empresarial; el líder que aúna e integra a sus empleados. Podría compararse este estilo del liderazgo con la famosa máxima de Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas: ‘Uno para todos y todos para uno’. Es líder de equipo por y para el equipo, y lo hace desde la unidad.
Facilitador o capacitador: es el que empuja al equipo, no sólo motivando sino tendiéndole una escala de crecimiento dentro del mismo grupo y de la empresa. Conoce a sus empleados desde sus puntos débiles hasta los fuertes, y les propone medida de ayuda para que puedan lograr sus objetivos y cumplir con sus expectativas; además, son dados a delegar y a ofrecer un feedback del desarrollo de las tareas.
Fomenta la participación y la innovación, y favorece la formación y proyección. Lidera desde el desarrollo.
Para identificar la escritura de los líderes autoritarios nos saltarán a la vista en el escrito la gran profusión de ángulos, la presión firme con trazos verticales muy marcados, los rasgos horizontales acerados o en punta, y también, de forma muy destacada, las barras de la ‘t’ alta, hacia arriba, o con forma de ‘sable’.
Todos estos gestos gráficos dictaminan autoridad, intransigencia, rebeldía, dotes de mando, intolerancia ante las opiniones o ideas ajenas, y temperamento firme y tajante. Predomina claramente la autoafirmación del ‘yo’ frente a la autorrealización y la apertura a los demás.
En cambio, la escritura de los líderes conciliadores destaca por su claridad y sus formas personalizadas curvas o mixtas, con algún rasgo filiforme, signo de buena estrategia y diplomacia.
La presencia de ligados altos dará muestras de inteligencia, creatividad y originalidad; la inclinación vertical vibrante indicará equilibrio y ecuanimidad, y si se inclina a la derecha y tiene trazos progresivos reflejará ese empuje conciliador hacia el futuro y hacia el equipo; la dirección horizontal o en ligero ascenso darán muestra de flexibilidad, equilibrio y sana ambición.
La escritura ligada o agrupada invitará a la integración social o de grupo, y si es extendida, en guirnalda y con óvalos abiertos favorecerá además la comunicación, la cordialidad y la confianza. La buena presión y el dinamismo, con puntuación ágil y adelantada nos habla de firmeza y habilidades resolutivas.
Puede haber barras de la ‘t’ altas, pero acompañadas de los rasgos anteriores que suavicen la intensidad de la hábil capacidad de mandato que este gesto implica.