El merecimiento ¿Por qué no nos sentimos merecedores?

La cultura del esfuerzo implica que las cosas, para merecerlas, hay que ganarlas. Una de las cosas más difíciles para muchas personas es aprender a sentirse merecedores. Vivimos en la cultura del esfuerzo. “Tenemos que ganarnos las cosas para merecerlas”, y ésta es la creencia más dañina para tu seguridad y autoestima.

Todos venimos cargando con un montón de creencias limitantes desde nuestra infancia, ¿basadas en qué? En lo que nos dijeron, en lo que vivimos, en lo que vimos, en lo que interpretamos, en cómo nos trataron, en cómo nos sentimos tratados, etcétera. Y esta suma va dando forma a lo que creemos de nosotros mismos.

Una de las creencias más limitantes y que más me reta en mi trabajo terapéutico es precisamente la del merecimiento y la legitimidad, debido a que gran parte de “las parálisis” y sufrimientos que experimentamos día a día vienen porque no nos sentimos con la legitimidad o el merecimiento. Nuestra mente nos dice “no merezco”:

  • No me merezco un trabajo mejor.
  • No me merezco una pareja que me haga feliz.
  • No me merezco amigos con los que pueda pasarlo bien.
  • No me merezco una vida tranquila, tengo que hacer y hacer…
  • No me merezco descansar y no hacer nada.
  • No me merezco disfrutar de mi tiempo libre.

Y así, con todo lo que se te ocurra que una persona puede querer, pero en el fondo sentir que no merece.

Es tan sutil a veces esta creencia que ya la vivimos como normal a tal grado que ¡hay que trabajarla para hacerla consciente!

Pero ¿cuál es el límite? ¿Hasta dónde tenemos que llegar para poder sentir que merecemos algo sin tener que seguir esforzándonos eternamente?

Esta creencia es producto de una educación judeocristiana cargada de creencias con relación a la necesidad del sacrificio y al dolor para merecer un premio; incluso un premio que ni siquiera será en la tierra, sino en el cielo: “Esfuérzate y sufre en la tierra para que seas recompensado en el cielo”.

En esta cultura y educación todo lo que se considera valioso es porque se obtuvo a través del esfuerzo, el sacrificio y el trabajo.

Si algo no se obtiene por estos medios, no sólo no se considera valioso sino que, incluso, puede ser algo negativo en la vida de la persona; y ella misma puede sentirse incómoda o no merecedora de tener algo que no es producto del esfuerzo.

En muchas familias, si alguien quiere algo tiene que ganárselo con su empeño y no siempre hay garantía de una recompensa porque, de hecho, se considera una obligación que las personas hagan las cosas por deber, sin importar si realmente quieren hacerlo.

Entonces habría que cuestionarse si para merecer es necesario que dejemos de vernos a nosotros mismos y sólo ver a los demás. No es extraño en nuestra sociedad que las personas, para no sentirse culpables, primero vean las necesidades y deseos del otro antes de ver las propias (si es que alguna vez llegan a permitirse ese derecho).

 

LA CONSCIENCIA DEL MERECIMIENTO

La consciencia de merecimiento de las personas tiene que ver con las creencias fundamentales, cuya raíz no está en lo que somos, sino en lo que creemos que somos. “No soy digno para merecer”.

Nosotros tenemos la capacidad de construir nuestra realidad por medio de nuestros pensamientos y, por tanto, los pensamientos que generamos en la mente son los que nos hacen ver la realidad tal y como la percibimos.

La actitud que asumimos ante la vida es algo fundamental. “Los pensamientos construyen realidades y así como pensamos, somos”.

Las creencias que hemos adquirido durante la vida respecto al merecimiento van a tener una fuerte influencia en relación a qué tan merecedores —o no— nos sentimos de recibir de otros amor, respeto, dignidad, éxito, reconocimiento, aceptación…

 

¿CÓMO SE RELACIONA EL MERECIMIENTO CON LA AUTOESTIMA?

Cuando una persona cuenta con una sana autoestima (en equilibrio), es más fácil que se sienta merecedor de una buena vida, pues es alguien que tiene mucho que ofrecer y, al sentir que merece lo mejor y que es capaz de recibirlo, agradecerlo y disfrutarlo, esta actitud, a la vez, aumenta su amor propio.

La consciencia de merecimiento y la autoestima están estrechamente ligadas. Al construir sanamente el valor propio se genera un círculo virtuoso: soy valioso, tengo mucho que ofrecer a la vida y merezco lo bueno que me llega; el saber que merezco cosas buenas hace que me sienta más valioso. Sin embargo, simplemente por el hecho de existir, merecemos: el amor, la salud, la prosperidad y el bienestar que estemos dispuestos a recibir, siempre y cuando sintamos que lo merecemos.

Algunas de las cosas más importantes de las que nos cuesta sentirnos merecedores:

  • Cosas materiales: dinero, regalos u obsequios.
  • Éxito y reconocimiento. 
  • Amor.
  • Respeto y trato digno.
  • Descanso y tiempo para el esparcimiento.
  • Espacios para compartir con los amigos o la pareja, a menos que se haya cumplido plenamente con las obligaciones.
  • Dejar de hacer, es decir, no hacer nada.

 

MIENTRAS MÁS GRANDE ES LA EXPECTATIVA, MÁS GRANDE ES LA DESILUSIÓN

Así, hemos construido una sociedad de seres obedientes y dóciles que optan por hacer lo que los demás esperan de ellos — aunque no lo deseen— para ser premiados.

Las personas, bajo este tipo de educación, se limitan a hacer lo que otros les exigen sin importar que el costo sea anularse a sí mismos; también se trata de un mensaje aprendido a muy temprana edad acerca de que siempre debemos ver antes por los otros que por nosotros mismos, si queremos ser considerados buenas personas, es decir, generosas, compasivas, no envidiosas ni egoístas.

Otra posibilidad es que tengamos la creencia de que dar nos otorga poder, y el recibir nos hace perder dicho poder, nos vuelve vulnerables y quedamos en deuda con los otros. Como quiera que se vea, éstas son sólo creencias muy arraigadas. No es que una cosa sea mejor que la otra o genere más placer. Lo importante es que exista un punto medio entre el dar y el recibir, pues ambas acciones son importantes y generan un sano y necesario equilibrio.

“Si alguien tiene más el hábito de dar, tendría que aprender a recibir y, por el otro lado, si se tiene más la costumbre de recibir, sería bueno intentar practicar el dar a los demás”. De esta manera las cosas estarían más compensadas en las relaciones y también serían más justas. Aunque te cueste trabajo, intenta practicar lo que menos acostumbras (dar o recibir).

Es cuestión de practicar el nuevo hábito para hacerte consciente de que está bien sentirse merecedor, y está bien hacer sentir merecedores a los otros; que ambas cosas son experiencias agradables. No necesariamente porque tú o la otra persona se lo hayan ganado con su esfuerzo sino, simplemente, por ser la persona que eres o que es el otro. Esa es ya una razón suficientemente válida para merecer y agradecer, sin tener que pagar el precio de la vergüenza o de la culpa.

Empieza a creer todo lo que mereces… Imagínalo, ¡siente esa legitimidad! Toma conciencia de que te mereces lo mejor. Y punto. Sin condicionantes. Sin tener en cuenta tus logros o tus triunfos. Sin hacer recuento de tus éxitos o de lo que has conseguido.

Este es tu momento. Responde a estas preguntas y verás cómo, poco a poco, empiezas a creerte que te mereces lo mejor…

  • ¿Qué harías diferente si supieras que te mereces lo mejor?
  • ¿Qué te concederías?
  • ¿Para qué te darías permiso?
  • ¿Qué te regalarías?
  • ¿A qué le dirías que sí?
  • ¿A qué le dirías que no?
  • ¿Qué sería lo primero que cambiarías en tu vida, hoy mismo, si supieras que te mereces lo mejor?

 

LAS CONSECUENCIAS DE CREER QUE NO MERECES

¿Cómo crees que va a actuar alguien que no se siente merecedor? Pues, lógicamente, saboteándose todo el tiempo, no luchando por lo que quiere y conformándose con lo que la vida le da. Sin más.

Por ejemplo, si no me siento merecedor de que me quieran como yo quiero que me quieran, me conformaré con amores “de pacotilla”. O si no me siento merecedor de gustarle a alguien, estaré siempre dudando de que sus palabras sean honestas y sinceras.

O si no me siento merecedor de destacar en mi trabajo, estaré siempre dando un poco menos de lo que puedo dar o dudando de mis capacidades.

Es decir, proyectaré en mi vida lo que creo de mí. Que no me quiero lo suficiente, que no me valoro y que no me siento merecedor.

Y me criticaré, me hablaré mal porque pienso que no me merezco hablarme bien, y dejaré que los demás me hablen mal porque pienso que no me merezco ser tratado de otra forma.

Y tendré que estar siempre haciendo algo y siendo productivo, porque pienso que no me merezco parar, disfrutar y darme placer si no hay un motivo especial para ello.

Y me quedaré siempre para el final de la lista, porque pienso que no me merezco pensar en mí y darme prioridad, y me resignaré a que “así es mi vida”, porque pienso que no me merezco luchar por lo que quiero y perseguir mis sueños.

Y así con todo… porque en el fondo no creo que merezca que me vayan bien las cosas, ni hacer lo que quiero hacer, ni ser como quiero ser; es como que de tanto no sentirte merecedor, llegas incluso a castigarte y a vivir en una especie de penitencia continua, en la que cualquier deseo es inmediatamente castrado por esa sensación tan interiorizada de no merecer…

 

¿EN QUÉ MEDIDA CREES QUE NO SENTIRTE MERECEDOR PUEDE ESTAR CONDICIONANDO TU VIDA?

Ahora tal vez esperes una serie de pasos o de claves para cambiar esa creencia y sentirte merecedor. Pero no hay magia, sólo un primer paso que consiste en que tomes conciencia de que te mereces lo mejor. Y punto. Simplemente por existir, te mereces lo mejor.

Y, dicho esto, empieza a comportarte en consecuencia.

Así que dime: ¿qué harías ahora mismo si creyeras de verdad que te lo mereces? ¿Un viaje? ¿Decirle que no a alguien? ¿Tirarte en la hierba y no hacer nada? Me encantará que me lo cuentes…

 

Shulamit Graber

Psicóloga clínica por la Universidad Anáhuac, tiene estudios de postgrado en diferentes instituciones educativas nacionales e internacionales. Es terapeuta de pareja y familiar con más de 38 años de experiencia. Ha impartido diversos talleres y conferencias entre los que destacan: “Cómo vivir en pareja y no naufragar en el intento”, “Madres afectivas y efectivas”, “Atrévete a cambiar, del Sufrimiento al Crecimiento: ¿cómo convertir una crisis o un trauma en una oportunidad de crecimiento?”.

Autora de libros como: Agonía en la Incertidumbre y Del Sufrimiento al Crecimiento. Comprometida con la idea de que las personas pueden resignificar sus vivencias, tiene la firme convicción de que “no es lo que te pasa en la vida lo que te define, sino lo que haces con lo que te pasa”.

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