Se dice que el poder corrompe, pero puede servir para sacar lo mejor de las personas.
“El poder corrompe” es solo el resumen de una máxima política (atribuida a Lord Acton, del siglo XIX) demasiado usada para explicar, incluso para justificar, el mal comportamiento de los funcionarios en turno.
Pero es algo que también puede potenciar nuestras virtudes y fortalezas, según Scott Barry Kaufman, psicólogo del Instituto de la Imaginación en el Centro de Psicología Positiva de la Universidad de Pensilvania.
“Sí, el poder corrompe, pero no a todos por igual”, afirma el científico al criticar el afamado experimento de la prisión de Stanford, dirigido por el psicólogo Phillip Zimbardo.
Es posible que lo recuerdes porque ha sido llevado al cine en varias ocasiones. En 1971, Zimbardo crea un experimento en que elige a un grupo de personas aparentemente normales y les asigna roles de prisioneros y custodios para simular la vida en una prisión.
A las pocas horas, los custodios inician un proceso de abuso de poder que se sale de control, por lo que el experimento se tuvo que interrumpir a los seis días de iniciado.
De más de 50 participantes externos del proyecto, solo una estudiante se logró dar cuenta que moralmente aquello era más que incorrecto, que debía parar.
El trabajo inconcluso concluyó que una situación puede condicionar el comportamiento individual de las personas.
El papel ficticio de custodio había hecho aflorar instintos sádicos en las personas, y los falsos prisioneros lo aceptaron, pese al sufrimiento y las humillaciones.
Hannah Arendt acuñó la frase de la banalización del mal para describir la actitud de los pueblos alemanes y judíos en el genocidio nazi. Adolf Eichmann, el más alto oficial alemán juzgado por el Holocausto en Polonia, simplemente actuó de esa manera influenciado por su entorno. No era antisemita, no estaba poseído por alguna enfermendad mental, solo pretendía ser un funcionario eficiente, un burócrata de la muerte, describió la pensadora judío-alemana.
Kaufman quiere ver la otra parte de la moneda que nos negamos a ver envueltos en nuestro pesimismo trágico. Argumenta que el poder potencia las características que cada persona trae, es decir, dicho en palabras mías: si se es virtuoso, será un ejemplo a seguir; si está lleno de vicios, un foco de corrupción.
El poder corrompe, especialmente a aquel que trae en el fondo del alma una inclinación hacia la corrupción, porque lo que hace el poder es potenciar las características que ya traemos.
Un corrupto sin poder puede resultar honesto por falta de arrojo, aunque una persona con mucha determinación puede hacerse de poder utilizando la corrupción.
Sin embargo, no se puede ignorar el entorno.
Un ambiente que propicie el mal o la corrupción, puede potenciar el actuar de las personas con inclinaciones perversas.
¿Qué pasaría si empujamos un entorno en favor del bien, de la honestidad pública y privadas?
Podríamos convertir el poder, no en algo que corrompe, sino en un medio para sacarle a los más virtuosos lo mejor de sí.
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Artículo publicado en Business Insider