Una evolución en el modelo de seguridad privada para atraer y retener a los más capaces 

Hay una decisión que esperaríamos que muchos mexicanos talentosos tomaran: dedicar su trayectoria profesional a resolver temas de seguridad. Al ser un tema complejo con muchas aristas, la seguridad requiere atraer talento del más alto nivel; conseguir que haya cada vez más expertos en distintas especialidades y acumulen experiencia. Para que esto fuese posible, la industria tendría que ofrecer una combinación de los siguientes aspectos: una remuneración atractiva; diversas rutas de crecimiento vía especialización y promoción jerárquica; un ambiente estimulante de trabajo; propósito y sentido de trascendencia.  

En México y hasta el día de hoy, esto ha sido posible únicamente para una fracción de quienes nos dedicamos a resolver problemas de seguridad. La gran mayoría se mantiene en situación precaria y sin mucho crecimiento profesional. Del conjunto de personas que actualmente forman parte de esta industria, solo la cúspide de la pirámide encontró o consiguió crear estas condiciones; el resto adolece de ingresos insuficientes para llevar el nivel de vida deseado, quizá se encuentra estancado desde hace algunos años y ha ido perdiendo su motivación ante la falta de estímulos. Las nuevas generaciones, en particular, no están dispuestas en permanecer varios años en un empleo que no les permite contar con tiempo libre suficiente para desarrollar otras actividades, ni que implique un crecimiento profesional lento o actividades monótonas. Ese nivel de exigencia es parte de una nueva cultura y los oferentes de empleo deben integrarlo, depurando al máximo aquellas posiciones basadas en tareas repetitivas que desmotivarán a quienes las realicen de forma cotidiana. 

Al mismo tiempo, otras industrias han crecido y hay una demanda importante de mano de obra, pues en muchos lugares no hay población local suficiente para cubrir las plantillas requeridas por un número creciente de empresas que se han relocalizado por estrategia. Se crea una competencia en sueldos, carga horaria y prestaciones ofertadas a fin de atraer a los más talentosos, lo cual si bien es en beneficio de quienes serán contratados, desestabiliza varias industrias que históricamente han estado rezagadas en condiciones laborales, entre ellas la de la seguridad privada.

En principio, quizá no se requiere tanta gente dedicada a la seguridad (al día de hoy suman más de medio millón de personas), de la misma forma que en su momento la agricultura se tecnificó y por lo tanto pudo prescindir de la mayor parte de las personas que cultivaban la tierra con su mera fuerza física, para conseguir con máquinas lo que antes se hacía por medio de animales o la energía de los agricultores. 

En la medida en que incorporamos soluciones tecnológicas conforme a las necesidades de cada tarea o control de seguridad, estas soluciones deben comenzar a sustituir las actividades manuales más básicas, tales como el registro de visitantes en papel, validación de identidad de forma muy imprecisa con base en la memoria, y la confirmación telefónica de citas programadas. Dichas tareas se pueden ir delegando a los dispositivos y plataformas, al igual que la lectura de matrículas en el acceso de un estacionamiento e incluso la apertura de la pluma se han de automatizar, pues es mucho más ágil y confiable que la validación de autorizaciones la haga el sistema y no la persona consultando una base de datos.

Una vez que reconocemos que requerimos de un menor número de personas para implementar el esquema de controles y validaciones, ya estamos en condiciones de repensar el presupuesto: lo que antes se destinaba para contratar a tante gente para cubrir muchas posiciones presenciales, ahora debe ser suficiente para adquirir o rentar dispositivos tecnológicos que realicen los registros de entradas y salidas o de actividad en zonas sensibles ―incluida la detección de actividades sospechosas o fuera de norma― y limitar la acción de los individuos a tareas que impliquen interacción, validación, toma de decisiones complejas y escalamiento de situaciones críticas. 

Estas personas no forzosamente deben encontrarse en la misma instalación o ciudad, pues con una conectividad adecuada es posible incluso que desde otra parte del país atiendan en tiempo real. Por ejemplo, si una de las labores de un guardia de seguridad consistía en asegurarse de que los vehículos que ingresan en un patio de maniobras respeten ciertos lineamientos como áreas destinadas a circular, estacionarse para cargar o descargar, etcétera, en lugar de exponer a una persona a accidentes caminando en medio de los vehículos, podemos asignar un guardia remoto para que por medio de instrucciones por radio coordine las maniobras de los vehículos, basado en lo que las distintas cámaras le muestran en tiempo real.

Un aspecto importante es aprovechar al máximo el tiempo de las personas que se mantengan dentro del esquema de seguridad. Los tiempos muertos desmotivan al no constituir ningún reto o habilidad por desarrollar. En ese sentido, los elementos que trabajan de forma remota estarán en condiciones de atender diversos sitios de manera simultánea. 

Una vez que se ha reconfigurado el esquema de seguridad, el siguiente reto es atraer el talento. Para ser exitoso en la seguridad, no es obligatorio contar con estudios o una trayectoria en la misma industria. Es posible que gente que haya dedicado sus últimos años a resolver problemas de otra índole pueda rápidamente adecuar sus métodos y buenas prácticas para hacer frente a los desafíos de la seguridad, es decir, a mitigar riesgos, inhibir conductas delictivas, mejorar la eficacia de los controles, crear mayor transparencia y consolidar una cultura de apego a procesos. 

Cada quién desde su expertise podrá abonar a lo ya establecido y, en algunos casos, será necesario reinventar desde cero algunas formas de controlar ciertos fenómenos; en particular, lo relativo a fraudes internos, fuga de información y mermas. Puede ser incluso deseable que personas que provienen de otras ramas o industrias contribuyan a abatir la ceguera de taller que con frecuencia se forma entre equipos que llevan muchos años trabajando del mismo modo, perdiendo en consecuencia la capacidad de cuestionar la eficiencia de sus métodos. 

Entre más herramientas y sistemas implementemos, menor discrecionalidad habrá en cada área, pues como regla general los resultados no deben depender de la personalidad o estilo de quien encabeza el área en un momento dado, sino que debe garantizarse la continuidad de los procesos sin importar que exista rotación en los equipos. Es claro que la tendencia se inclina a que las personas permanezcan cada vez menos tiempo en un puesto de trabajo, y esto no debe convertirse en inestabilidad e incertidumbre. Una empresa moderna debe saber consolidar sus políticas y procesos al grado de poder integrar en sus equipos personas de diversos orígenes e incluso nacionalidades, consiguiendo que estas diferencias sumen y no resten, partiendo de esquemas de trabajo robustos y bien comunicados. 

La implementación de nuevos procesos debe sin duda hacerse de forma gradual: de menos a más, puesto que no hay fórmulas universales para adoptar una determinada práctica. La coyuntura de cada empresa definirá los tiempos y modos para incorporar un nuevo control, métrica o herramienta. 

Es clave documentar la experiencia, pues esto permitirá replicarla en otras áreas o regiones pero ya con mayor agilidad y menor resistencia al cambio. Es crítico que exista una persona con habilidades como administrador de proyectos que sea responsable tanto de la implementación como del registro por escrito de este proceso, a fin de entender los errores comunes, situaciones evitables y el camino más rápido y menos costoso para llegar al objetivo deseado.

Será fundamental que todo cambio de modelo tenga el respaldo incondicional de la alta dirección, pues ante titubeos permeará una confusión generalizada que hará que los esfuerzos de modernizar la empresa sean estériles. Algunos aspectos no podrán ser sujetos a debate, pues en todo cambio radical de modelo de trabajo existirá una diversidad de opiniones que no forzosamente irán en la misma dirección; entre más claramente defina el responsable del proyecto la forma y modo en que se ha de transicionar al nuevo modelo, menor desgaste habrá entre quienes participarán en él. 

Las empresas de seguridad deben estar al inicio de esta evolución, pues serán las responsables de operar bajo esta nueva óptica y de convencer que es posible abandonar el esquema anterior centrado en las personas en sitio resguardando activos y operaciones, que no estaba siendo aspiracional para los posibles candidatos ni conseguía los resultados deseables ante un entorno de inseguridad creciente. 

En México la seguridad es tarea de todos. Las autoridades fijan algunos límites y los ciudadanos llevamos una parte importante de la encomienda aprovechando la libertad de acción que nos es conferida. Sin embargo, son las empresas en particular quienes serán determinantes en transformar el modelo al contar con presupuesto, estructuras ágiles y escalables, modelos de negocio adaptables a necesidades de cada cliente, sin la burocracia que caracteriza a los entes públicos o la falta de foco y presupuesto de las asociaciones civiles. 

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